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EL PÁJARO AZUL, del boom oculto.

  • Heidy Lancheros
  • 20 jul 2015
  • 11 Min. de lectura


La escritura de Valenzuela es, ante todo, consciente de su

carácter físico, no sólo de su propia y evidente materialidad

sino también de su origen en el trabajo muscular y sensual de

una carne inquieta que busca el placer de la liberación en su

ejercicio. (…) El cuerpo es origen de la escritura y teatro del

poder y del deseo. (2003:10)G.S.


El presente trabajo es fundamentalmente una apuesta personal, es decir, más que referirme a la obra de Luisa Valenzuela, voy a tratar de compartir mi experiencia como agradecida lectora de algunos de sus libros y de mostrar cuáles son los aspectos que, según mi primera tentativa de interpretación, caracterizan su escritura, tales como: Una técnica asociable a las de lo que conocemos como Realismo Mágico; su interés por tematizar la represión hacia la Mujer a través de usos del lenguaje; su temática respecto al cuerpo femenino como medio para establecer relaciones de poder; la manera como algunos de sus escritos se asemejan a los de Cortázar, y, por último su propuesta narrativa que, en el devenir histórico-literario latinoamericano, le da credenciales para considerarla paralela al Boom.

¿Quién es esta escritora argentina que suscita congresos en universidades norteamericanas para analizar su obra, y que en repetidas ocasiones ha sido aplaudida como figura del Hay Festival? A los 17 años de edad ya trabajaba en periodismo, a los 18 años publicó su primer cuento “Ciudad ajena” y a los 21 escribió su primera novela.

Su madre, Luisa Mercedes Levinson, cuya casa frecuentaban escritores como Borges y Sábato, también fue escritora. Luisa, además de ser autora de 24 libros (casi todos traducidos al inglés, alemán, portugués, holandés, japonés y croata), ha trabajado para El Mundo, La Nación (periódico en el que fungió de sub-directora del suplemento dominical), y ha publicado en diarios y revistas de los Estados Unidos, incluido The New York Times.

A Luisa (que nació el mismo año de la muerte de Alfonsina Storni) le anteceden las escritoras Silvia Bullrich, Sara Gallardo, Griselda Gambaro, Marta Lynch, Silvina y Victoria Ocampo, Olga Orozco, y, dentro de su misma generación en Argentina, le acompaña Alejandra Pizarnik, y en Latinoamérica, Elena Poniatowska, Cristina Peri Rossi, Isabel Allende y nuestras Albalucía Ángel y Fanny Buitrago.

Mujer, lenguaje y deseo

Es evidente el hecho de que por medio del lenguaje (sin incurrir en clichés ni sensiblerías ni discursos de género) Valenzuela busca una reivindicación de la mujer. Cuando le preguntaron sobre el discurso feminista, con cierto humor negro respondió: “Creo que todo lo maligno en este mundo viene del machismo”, y más adelante complementa: “Pero no porque los hombres son culpables inmediatamente, más bien, cada hombre como individuo es tan víctima como la mujer. Lo maligno viene del sistema de machismo (…)” por ende, lo que se plantea es una liberación de la mujer, acentuar inmediatamente un sistema equilibrado, que permita ser el altavoz; la escritura hecha por mujeres, no tiene que caer semánticamente en género, es paralelo a la idea de que podemos pensar una escritura tan propia como la de cualquier sujeto masculino.

Siempre pensé que estaríamos en un paraíso literario, también retomando a Borges con su biblioteca, sin embargo, por medio de Luisa el paraíso literario lo tenemos acá, en el mundo de los placeres concebidos como mundanos, el placer sexual y corpóreo. A Luisa, así como su experiencia neoyorkina le permitió estudiar la literatura marginal norteamericana, su estadía en París le permitió ver las rutinas de las mujeres que hacían la calle debajo de la ventana de su departamento y se subían al coche de cualquier desconocido. De allí salió lo que al comienzo iba a ser un cuento y terminó siendo una novela extraordinariamente compacta, en lo que ya se advierte su cometido estético por lo marginal; por un mundo de bajos fondos (quizá bajos instintos) cuyos habitantes, casi siempre mujeres al borde de la abyección y la miseria, se emplean en una tarea de pura supervivencia diaria. Así lo apreciamos en la inolvidable Clara, la prostituta soñadora y luchadora de Hay que sonreír su primera novela, compacta, como digo; redonda, que no parece provenir de una pluma, en ese momento, tan joven. Perdedora irredimible, desde que las carencias de su medio rural la abortan y la instalan en un entorno urbano del que no sabe nada, su vida siempre pasa de mal a peor, hasta la total sin salida: “Estoy atada, de pies y manos y cabeza, como si esté fuera mi destino”, es su contundente conclusión.


Todos los que nos metemos verdaderamente en un libro cuando lo leemos, conocemos la sensación de melancolía y vacío que nos invade cuando lo terminamos; pero Hay que sonreír me ha dejado con un sentimiento extraño, como cuando caen las hojas marchistas de otoño. Clara empieza todo con una simple mirada a través de los vidrios; más que la blusa que admira, es la idea y el deseo de ser la joven utópica de pueblo que busca el imponente y asombroso mar. La astucia de la mujer siempre ha sido condenada; tiempo atrás, era la hoguera, luego expuesta al escarnio público, de tal modo que no se le otorgaba su estatus social ni ontológico de mujer, sin embargo, por medio de la novelística de Luisa, la fémina permea en la mayoría de sus obras a la prostituta audaz, qué tiene derechos y libertades, que puede alcanzar una manipulación, pero se contrapone a una necesidad faliocentrica, es decir, por medio de la escritura del deseo se desarrollan las dos caras, la mujer que manipula al hombre, pero también la imposición del hombre sobre la mujer. Es una realidad social sobre la cama, el tipo iracundo e indiferente que la adopta por pesar para sentir una posición de poder sobre su otredad (la mujer), más bien, un juego del lenguaje, -en este caso sería un imperativo- resulta ser la fuerza de la relación de poder. Es un placer subyugado a una rebeldía, (…) Pero Alejandro hacía desaparecer para siempre pañuelos, caricias, quedando él solo de pie en medio de la habitación, muy dueño de sí y de las emociones de Clara (Valenzuela, 1996: 145).


El concepto de arlequín que se retoma es, sensual, crítico en la comedia o en el teatro, pero convergiendo la narración de Valenzuela creo que el esqueleto del mundo podría ser éste. El tipo astuto, cruel, sensual, es la figura resaltante de la obra, claro, muchos estarán en desacato pero siempre he pensado que todo es una sinalefa y una distinta metáfora. Por ejemplo, Martina/ Laura, en Cambio de Armas es una revolucionara, a quien por un momento su entorno se le torna un poco nebuloso al no recordar nada; comienza a tener referentes de hechos y nombres, se empieza repitiendo, mi nombre es Martina porque eso es lo que soy, me repito siempre el nombre de las cosas como creo que son, pero puedo llamar a ese que vive conmigo y responde de la manera como lo quiero llamar. Los objetos que parecen tan cotidianos, tan cercanos, se asimilan en una progresión extensa del lenguaje frene a aquello a lo que se reconoce. Cabe mencionar, que mi arlequín propuesto, se ratifica en la idea de que las mujeres de la obra narrativa de Luisa son así, camaleónicas.


El armas a la que recurre la autora argentina, es propiamente el lenguaje. Dijo alguien a quién le tengo mucho aprecio: Muy tonto aquel que pensó que una imagen dice más que mil palabras. A decir verdad, este sujeto tenía razón, el arma mortal de todo cielo e infierno son las palabras, creo que por tener una lengua de lagartija es que han exiliado a muchos escritores de su país natal. Pero el problema literario de Valenzuela no solo alude a ese poder sexual y corporal, va más allá, es una transición del lenguaje en la política. De esta manera, no existe solo un discurso manejado por Luisa, existe una variedad en cada eje, los rasgos políticos reflejan la violencia y dictadura de Argentina en aquel entonces. La marginación y los bajos fondos siempre le han agradado, la finitud de su pluma entrevé los matices sociales en una reformulación implícita mediante su escritura.


Cambio de armas, recopila la rebeldía e insatisfacción de sus protagonistas a la represión y opresión que manejaban para ellos, una siempre se debe preguntar ¿qué pasa en la política? El ser inerte y poco pensante quedó en el pasado; por eso cuando Kant dice: ¡Sapere aude! Está invitando a pensar a sí mismo, en aquello que nos rodea y nos contextualiza. En Ceremonias de Rechazo (cambio de armas) Amanda, una mujer que busca establecer los derechos frente a su opresor baila con los objetos y armas que se presentan a su alcance, una armonía libertaria es la ratificación de su pensamiento; pero el radiante complemento de la narración es cuándo existe el sujeto que le retribuye con una complicidad.


Libre, libre, canta aún en el baño mientras se quita las ropas empapadas, las sandalias empapadas. Libre, sin siquiera secarse, poniéndose a hacer gimnasia desnuda frente al espejo de cuerpo entero. Libre, mientras flexiona las rodillas, libre, libre cantando. Y el espejo paso a paso le devuelve las formas y le confirma el canto. Valenzuela, 1982, 231.


La prosopografía es una técnica bastante empleada por la escritora, tanto Clara, como Sandra y Amanda tienen ese carácter de descripción; el cuerpo es la ruta simbólica que se utiliza para determinar y delimitar la combinación temática de la autora.


Una novela cuyo título, Como en la guerra, proviene de una copla popular, va configurando lo que será un excelso tríptico. En ésta, las relaciones de poder se dan al interior de un ambiguo triángulo amoroso entre un semiólogo-terapeuta; Beatriz, su esposa, y “Ella”, la misteriosa mujer que propicia que aquél salga en busca de su yo desconocido.


Extraño caso en que la psicoanalizada revierte el proceso y maneja a su psicoanalista a su antojo, llevándolo de Barcelona a México y de allí a Buenos Aires, en donde descubre que su destino es involucrarse en una causa revolucionaria. La novela cambia drásticamente el tono, digamos complaciente de Hay que sonreír y se torna más experimental, intrincado y barroco, combinando con maestría pasajes de profundo lirismo con el humor más mordicante. Pero aparecen de nuevo los temas que comportan el dominio de la escritura de Luisa: el tedio, la soledad, el desarraigo, la búsqueda, el deseo, el desespero…


La trilogía de los bajos fondos se cierra con Novela negra con argentinos. Aquí la escritura de Luisa es ante todo sicoanalítica, o lo es más que nunca; porque su protagonista, como salido de alguna trama de Dostoievski o de Stevenson, es decir, mostrando el Raskolnikov y el Mr. Hyde que todos llevamos dentro, mata a una mujer y, al terminar la novela, no ha logrado hallar la causa de su crimen, “la mataste porque viste en ella una imagen de tu madre que no te gusta” o “porque pretendiste matar en ella tu imagen femenina”, son algunas de las hipótesis que baraja Roberta, su amante, el alter ego que no le falta a los personajes de Luisa y menos a este escritor argentino llamado Agustín Palant, que para envolatar su conciencia se entrega a las perversidades y perversiones que, a guisa de catarsis, le ofrecen la fiestas más locas de Nueva York.


Otra de sus memorables producciones, El gato eficaz es una antinovela de experimentación formal y lenguaje tal vez heredado del culteranismo. En pleno Boom, Luisa juega y propone lo que Cortázar en Rayuela y “62”, y se inscribe también en el paradigma de Macedonio Fernández. En “El gato” no hay tema como no sea el lenguaje mismo, de su valor sonoro y evocador.; de hecho, cuando Cortázar se refería a ella decía: “Los libros de Luisa Valenzuela son nuestro presente pero contienen también mucho de nuestro futuro; hay verdadero sol, verdadero amor, verdadera libertad en cada una de sus páginas.” Es decir, fueron los críticos literarios quienes dejaron de lado a la maravillosa escritora, existe algo totalmente satirizante en ella y es que hizo la invención de su propio lenguaje para delimitar los Derechos de la mujer sobre los pavos y las gallinas, su derecho es totalmente coherente y confiere la situación de la mujer en el gallinero.


Otro salto cualitativo en su lenguaje, nos lo ofrece Luisa en La travesía, una de sus más recientes producciones. En ella, Marcela Osorio, Mar-bella/bella/ella, es la protagonista de una singladura sentimental, erótica, artística, audaz, exótica, mística, pero sobre todo epistolar en la Nueva York que prohija artistas e intelectuales. Como los héroes homéricos, “ella” (así es nombrada durante toda la novela hasta la penúltima página) viaja, conquista y narra. Como émula de AnaÏs Nin, escribe cartas que contravienen la moral burguesa y el discurso del poder. Su destinatario, esposo para más señas, a cambio de disfrutar de una erótica narrativa, le envía tiquetes para que se mueva por el mundo y viva experiencias amorosas que llenen el contenido de sus cartas. Extraña transacción y extraña forma de mantener una relación; pero es que en la escritura de Luisa, el deseo, la búsqueda, el desarraigo y la soledad (asuntos recurrentes) pueden revelarse en las más inusitadas formas. Al final, a través de su amigo polaco Bolek (amigo también de la autora en la vida real), ella, es decir, Marbella-bella-Marcela, recupera las cartas y su escritura vuelve a ser privada.


La narrativa de Luisa es una multiplicidad que se configura casi siempre alrededor del sexo: sexo-humor; sexo-sueño; sexo-aventura; sexo-violencia; sexo-arte; sexo-dependencia; sexo-poder y sexo-política. En este último rubro entran especialmente los cuentos de su libro Cambio de armas. El que lleva por título “Ceremonias de rechazo”, narra cómo Amanda se sacude de su amante ocasional metido en política, cambiándose de rostro a punta de maquillaje; arrojando al río la rosa última que aquél le regaló y, desbrozando el jardín que le cultivó. “La palabra asesino”, es una historia que de tan poética, tiende a oscurecerse: una mujer yace con un asesino, siente tanta repulsión como atracción; no sabe qué la ata más a él, si el deseo o el miedo, y sólo cuando es capaz de pronunciar el anatema ASESINO, se libera.Y el que lleva un título digno de Leonora Carrington, “De noche soy tu caballo”, es un increíble cuento sobre una mujer que ha perdido a su perseguido amante guerrillero, pero lo recupera en sus sueños.


Su penúltima novela El Mañana, es una inquietante trama sobre la represión que desde el poder se ejerce contra el lenguaje, la escritura, la creatividad y el intelecto: “y ahora estamos encerradas, silenciadas, tenemos la palabra prohibida, la escritura prohibida. Quizá también prohibido el pensamiento.” Es la lapidaria conclusión a la que llega Elisa Algañaraz, una de las 18 escritoras presas dizque por terroristas. La mejor narradora argentina de los últimos 50 años, desde la densidad literaria de su escritura, nos muestra que el camino para las escritoras no ha sido lecho de rosas. Son subversivas, son peligrosas como lo es Elisa, porque rescata a esa gran figura de la gesta independentista, Juana Azurduy.


Mi Pájaro Azul: Tiempo atrás cuando leí el cuento de Bukowski, pensé que la literatura es ese pájaro que desea salir, aquel que busca un éxtasis en su propia vida, el que puede contemplar el mundo, el que sonríe con los ojos como Alejandro o Asmodeo en Hay que sonreír, éste me permite mirar a través de la ventana de los libros, es aquel que busca un leve suspiro y me hace empañar los vidrios mientras lo miro fijamente, nunca me acuesto sin tener la extraña sensación de estos sobre mí, me desvelo continuamente mientras este desaparece con finura y elegancia como el valle de letras. El pájaro azul es Luisa, es por medio de sus escritos que logro expiar y contemplar las sombras que permiten hacerme parte de ese libro…



Conclusión:

La obra de Luisa Valenzuela, ha de ser ubicada en esa especie de Boom paralelo en el que también entra la chilena María Luisa Bombal. Baste con decir, que cronológica y generacionalmente sus fechas coinciden. Nació apenas dos años después que Vargas Llosa, y Hay que sonreír fue publicada el mismo año que Cambio de piel. Y antes de que se iniciara el Post-Boom, ya había publicado dos novelas más. Toda su novelística, construida sobre una estética cosmopolita, desarrolla una poética de humor negro, casi grotesco y (tal como lo hiciera Carlos Fuentes) una magnífica y eficaz articulación entre la política, el poder y el sexo. Como si Foucault, Nietzche y Freud constituyeran la base de su discurso,” las líneas de su mano”.


A Luisa le gusta el fútbol, y se precia de haber dado una vuelta olímpica al lado del Toto Lorenzo; también le gusta la buena mesa, sobre todo cuando está salpimentada con conversación inteligente o, por lo menos, amena. Ella misma es un borboteo de inteligencia y amenidad. En su última novela, La máscara sarda, bombardea el mito de Perón, demostrando que todavía no se le ha agotado el genio creativo ni su impulso irreverente. Por lo pronto, me declaro admiradora nada experta de su obra. Con estas páginas que he compuesto sobre ella, no he hecho más que expresarle mi gratitud por lo que me ha dado y, de antemano, por lo que me seguirá dando.

¡Gracias, Luisa!


 
 
 

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