El lector de Julio Verne
- Jorge Ivan Parra
- 16 abr 2015
- 1 Min. de lectura

Segunda entrega de lo que constituye una especie de episodios nacionales, ya no del siglo XIX como los de Galdós, sino del siglo XX. En este volumen, Almudena arrastra la narración de su personaje Nino hasta las postrimerías del franquismo, pero en realidad la novela se centra en los finales de los años cuarenta. El hijo del guardia civil no es el único protagonista, y, en realidad los dramas individuales son tan intensos que casi no cabe hablar de personajes secundarios. Todos son protagonistas; a todos les cabe ser juzgados como perversos o virtuosos, valientes o cobardes, según la óptica desde la que se les mire, y el lector escoge con quién se va o con quién se identifica, de acuerdo con su esquema ideológico y moral: un guerrillero de leyenda que despertaba tanta ira entre los fascistas, que prohibieron al pueblo cantar la “vaca lechera” pues en su letra aparecía su mote, “cencerro”.
Era pues un icono como esos maquis novelados también por Eduardo Mendoza y Juan Marsé; a guisa de Robin Hood favorecía a los pobres y si moría, otro “cencerro” lo reemplazaba. Otro guerrillero, más clandestino, calculador e ideológico era Pepe el portugués, el amiguete de Nino. Con esta pareja, Almudena produce una nueva versión del dúo mítico John Long Silver - Jim Hawkins, de La Isla del tesoro. Es ese uno de los aspectos que le dan una amplia dimensión ética a la novela, pues qué difícil es catalogar a un personaje de bueno o malo. Todos son mudables en “una guerra interminable”.

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