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LA NADA COTIDIANA Zoé Valdés

  • Juan David Pinillos
  • 16 jul 2015
  • 2 Min. de lectura

Zoé Valdés, escritora cubana con ciudadanía española, es autora de La nada cotidiana publicada en 1995, en donde se narra la situación cubana en la voz de su protagonista, Patria; en donde Patria es una joven cubana que accidentalmente se encuentra con lo que sería su rotulo existencial de por vida, Yocandra. La vida de la protagonista de esta novela fluctuará entre el dominio del Traidor y el amor del Nihilista, sus dos amantes, que a la larga serán la causa de la historia y la base de su dirección, bajo la promesa que hace a su amiga la Gusana de escribir un best-seller.


La nada cotidiana es el relato del amor no correspondido, del amor por conveniencia, del amor basado en el dominio y el abuso, de Yocandra por el traidor, que es también el reflejo de una sociedad cubana que se entrega a esa ideología recalcitrante que desgarra esperanzas y que aniquila sueños; en donde esa patria cubana se convierte en una nada cotidiana, en una nada que solo podemos soportar si la inventamos y la reinventamos a diario, si la convertimos en una ficción propia de nuestro gusto, ajustado a nuestra añoranza, pues vivir consiste en un sacrificio, en una obligación; la vida concluye en una constante repetición, en donde el todo se resume en la nada, en tanto la repetición de esa existencia sin sentido, la repetición de los discursos que prometen un paraíso, la repetición de una lucha contra un ideal hecho viento extraen el sentido de todo cuanto le rodea; pues esa cotidianidad vacía, esa repetición convierten en la nada todo alrededor.


Esta es una novela que delinea de manera precisa una realidad cubana, en donde todo se acaba, en donde todo decae menos la ideología y su representante, el partido, tal como lo recalca la autora al decir “sobrevivimos con el estómago encharcado o cerrado por reparación. Nada es existe. Sólo el partido es inmortal” ese dominio patriarcal.


La nada cotidiana resulta ser el diario de cualquier joven cubano, en donde “el sacrificio era la escena cotidiana, como la nada” en donde morir y vivir son sin más el mismo verbo, “como por ejemplo reír. Sólo que se reía para no morir a causa del exceso de vida obligatoria”.


 
 
 

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