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LA INQUILINA DEL SILENCIO Cielo Nocturno de Soledad Puértolas

  • Laura A. Ruiz Gómez
  • 17 may 2015
  • 3 Min. de lectura

¿Cuánto cuesta vivir en el anonimato? ¿Cuánto duele salir de él? Soledad Puértolas nos invita a pasear por su cielo, para enseñarnos los agujeros negros de su vida. Cuando somos niños, todo nos parece compacto, muy claro; a pesar de los sufrimientos que empiezan a adquirir forma no podemos ver más allá de las más puras y nítidas imágenes que nos regala la vida, como el almacén de los Moraleda que tanto le llamaba la atención a Soledad por sus letras doradas y su interior resplandeciente, ahora cubierto todo en polvo y olvido.


Soledad era tímida, llena de miedo e inseguridad, su niñez estuvo cobijada por el silencio que imponen las monjas y por el silencio en el que ella se escapaba. La comunicación más plausible eran las miradas que le caían encima, la juzgaban, la aislaban más lejos de lo que ella quería ir. Pensaba: “no tengo perspectiva estoy perdida dentro de mí misma “ (Puértolas,2008: 19)


Pero, tenía algunos momentos de tranquilidad, como cuando estaba con su madre y su abuelita, su timidez y poca interacción con los otros le permitían contemplar la vida desde muy joven: “Los dedos de mi madre, transparentes frágiles, tan cerca del peligro. Pasaba muchas horas en aquel cuarto junto a la máquina de coser”. (Puértolas, 2008: 19) y “Las manos casi curtidas de la abuela son suaves, soy su nieta preferida. Me lo dice con mis manos entre las suyas. Fátima y Lourdes, sus otras nietas, no van a pasar los veranos con ella.”(Puértolas, 2008:19).


Después, llegan los años de la adolescencia en donde se empieza a agrietar ese silencio que tanto la ha acompañado en la vida, suenan ahora, entre sus líneas, canciones de música protesta, el vacío se enreda con humo de cigarrillo, el ambiente se rompe con cada piedra que lanzan sus compañeros de la universidad y ella en nombre de Marx, Lenin y Trotsky.


Inicia una vida sexual y revolucionaria al tiempo, al lado de su novio Mauricio Moraleda se adentra a un mundo que es ajeno a sus costumbres, a la perfección armónica que había en sus casa; su padre la mira como si fuese una criminal y el silencio regresa con fuerza, la devora.


Con Soledad se puede ver como muchas veces lo más añorado termina siendo un pequeño infierno, y al estar allí, lo mejor parece sólo regresar unos días a atrás o mejor unos años, volver a “un pasado que se ha hecho lejano, aunque en cierto modo yo sigo siendo la misma niña vestida de uniforme, una niña callada con ganas de soñar ¡Que me devuelvan algo Dios mío!” (Puértolas,2008: 182).


Ir a la universidad significa estar lejos de casa, pero, tener prohibida la entrada a la universidad significa no volver a casa. La adolescente revolucionaria, con un gran interés por los problemas sociales como consecuencia de su gran sensibilidad para analizar la vida, se quiebra, su vida se deshace así como la noche va perdiendo estrellas, y se torna blanca. “quería llegar a casa cuanto antes, cambiarme de ropa, llorar a gusto, pensaba en mi cuarto como si fuera el mejor de los refugios” (Puértolas, 2008: 144).


Cada vez que algo muere dentro de ella, contempla la noche, como si pudiese así sentir que ante el espacio sus grandes problemas existenciales se perdieran en la inmensidad: “Aun me estoy un rato asomada en la ventana, contemplando en esta inmensidad, las luces, que parecen haber trazado una red donde quedara atrapado el universo, revelan, sobre todo, que el aire no se puede retener. No sé dónde está el tiempo que, a pesar de todo, transcurre”. (Puértolas, 2008: 192)


En efecto, el tiempo se empieza a ir, como la corriente de un río que arrasa con todo, se lleva a su familia que no cree en su inocencia, se lleva a sus amigos a nuevos vidas: con hijos, esposos, esclavitudes; se lleva las ideologías del sueño adolescente, se lleva hasta los más inteligentes como Mauricio, y se la está llevando a ella: “no sé si lo que viene ahora será simplemente seguir con los mismos sentimientos, pero más doloridos, viejos, cansados desilusionados.” (Puértolas, 2008:183).


Soledad decía que a lo que más le tenía miedo era a vivir con la literatura, pues sabía que podía quedarse encerrada con ella, sentía que la destruiría, lo que nunca noto, es que todo su silencio estuvo siempre lleno de literatura, siempre vivió con ella, al costado; gracias a eso, tenemos esta ventana en donde podemos apreciar su gran cielo nocturno.

 
 
 

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